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Por Camila Rodriquez Pietragallo

ENRIQUE SALAZAR: “EL PARAÍSO TERRENAL EXISTE, Y SE LLAMA ARGENTINA”

El ingeniero en petróleo Salazar es una historia en sí mismo: maratonista, escritor, actor, director de teatro, cantante de ópera, geólogo sin título y pedigrí de caballos. La crisis venezolana lo llevó a explotar sus dones. Hoy vive en Argentina y no le preocupa la falta de trabajo estable, solo le importa ser feliz.

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Enrique Salazar llegó hace 8 años y hoy, con 64, es testigo de una nueva oleada migratoria de venezolanos en el país (Fuente: JG).

“Soy de Géminis, que tiene una doble personalidad: yo era ingeniero de petróleo y al mismo tiempo era el que barría el escenario en el teatro. Pasaba de ser el que daba las órdenes a ser el que las recibía. Siempre he sido muy dual, como dos personas en uno”, reflexiona Jesús Enrique Salazar Barcano, un caraqueño de 64 años. Tan animoso como polifacético, Enrique reconstruye sus historias con la mirada y ademanes, de manera que el oyente puede imaginarlas con él. Su forma de hablar es su forma de vivir: teje y desteje sus memorias con la misma facilidad con que tejió y destejió cada una de sus vivencias, tan heterogéneas entre sí. Esto se debe a su desenvoltura para reinventarse cada vez que aparece un obstáculo. Platónico, afirma que esta habilidad se debe a que los conocimientos ya existen en nuestra mente y nosotros los recordamos. Así explica el hecho de haber llegado a cantar ópera normalmente sin haber estudiado en ninguna escuela de canto.

 

Al iniciar sus estudios universitarios, Enrique ya dejaba asomar sus capacidades “multitarea”. Como estaba indeciso, decidió estudiar dos ingenierías a la vez en la Universidad Central de Venezuela: química y eléctrica, destacándose en ambas. Al mismo tiempo cantaba, corría maratones y se dedicaba a aprender sobre el mundo hípico. Con una voz suave, contrapuesta al vigor de su canto, cuenta: “Me cruzaba al Hipódromo municipal de la ciudad de Bolívar, que quedaba frente de mi casa. Así me hice aficionado de los caballos y aprendí pedigrí y, cuando ya era ingeniero, hice un seminario de psicología del caballo”.

El señor Salazar siempre ha ampliado horizontes, de manera que en los 80 no le bastaba trabajar en la petrolera Pennzoil, y por eso dirigió una exitosa obra: Divorciadas, evangélicas y vegetarianas, la cual agotaba entradas y lo transformó en un director muy respetado. Este ingeniero llegó al mundo del teatro por uno de los tantos amigos que lo visitaban en sus reuniones culturales a las que iban los mejores directores, actores, pintores y escritores. Pero él comenzó desde abajo, como asistente de dirección y de allí pasó a ser actor hasta llegar a convertirse en un célebre director.

 

Siguió trabajando para Pennzoil. Era ingeniero en petróleo de yacimiento y, paradójicamente, confiaban en él para ejercer como geólogo sin haber estudiado Geología. Relata que en ese tiempo continuaba creciendo en los hipódromos: “Gané seis premios al Mejor caballo, Caballo del año, como campeón, campeón tresañero, campeona tresañera y al mejor semental”. La fama que tenía en el mundo hípico lo llevó a escribir para la revista Hipódromo. No se imaginaba que ese sería su primer empleo luego de ser despedido de la petrolera. “Fue un domingo que estaba en el hipódromo viendo una carrera en la que había ganado mi caballo Bienaventurado. Ese mismo día Chávez decidió botar a los trabajadores de Pennzoil. Por televisión y con un pito como árbitro de fútbol, iba nombrando y diciendo ‘¡Fuera!’”, recuerda Enrique.

 

De todos modos, su resiliencia siempre le ganó a las adversidades: “Ganaba 10 millones de bolívares y pasé a ganar como 350 mil. Pero eso no me preocupaba. Me di cuenta que ahora era dueño de mi propio tiempo. No me costó no estar más en la petrolera”, dice casi con solemnidad. Enrique pasó a trabajar permanentemente en la revista gracias a un amigo, y además comenzó un programa de radio sobre caballos llamado Aló, Enrique, parafraseando al programa de Chávez, Aló, presidente.

 

El cantante asegura que mientras estaba en los medios de comunicación la situación de Venezuela empeoró: “La inseguridad comenzó contra la gente con dinero a través de los los secuestros express”. Él estaba en la casa de su amiga Holly, dueña de un haras, cuando iban a secuestrarla. “Alguien se enteró con anticipación que iban a buscarla, mandaron helicópteros y nos sacaron. Poco después, el grupo llegó a robar pero se encontraron con la policía. Hubo tiros y heridos”, narra.

 

Al poco tiempo, el presidente Chávez volvió a ponerle más piedras en el camino: prohibió los programas de radio de carreras de caballos porque criticaba que “incitaran al juego y al azar”. Más adelante, también hubo problemas con la revista. Chávez hizo un meeting en el hipódromo y Enrique se quejó con respecto a la reunión: “Llenó el lugar de gente, autos y camiones, y las pistas quedaron colmadas de basura: un desastre”. El actor tenía una columna en la que escribió sobre la opinión de los empleados de la revista. “Por ese artículo se convirtió en la revista más vendida de Venezuela. Ahí prohibieron su circulación y otra vez no tenía trabajo. Para mí era un infierno”, manifestó el artista.

 

Más adelante, Holly le pediría que la ayude a vender caballos. Así se convirtió en pedigrí y ya para el 2008 era gerente administrativo del haras de una mujer llamada Julia Rincón. Estaba en una carrera en Estados Unidos cuando conoció a dos argentinos que le ofrecieron trabajo en el país. Enrique recuerda entre risas que le parecía una idea absurda: “¿Qué iba a hacer yo en el sur? No me veía allí, sino en Europa o Estados Unidos. Al año recibí una invitación del Jockey Club de Argentina ¡Vine y me encantó!. Me di cuenta que el hipismo aquí era del primer mundo”. Fue entonces que decidió ceder ante las insistencias de estos dos argentinos y en octubre de 2010, Enrique ya pisaba suelo rioplatense para quedarse durante el resto de su vida. Trabajó con un médico veterinario, Roberto Ratti, para montar el Haras Cerro Ávila, pero funcionó solo por dos años.

 

Desde entonces empezó esta nueva etapa en la que no tiene un trabajo sólido, pero va realizando actividades de distinta índole: desde cantar hasta planchar ropa. Sin embargo, Enrique revela con una sonrisa: “Soy una persona espiritual. Vivo sin necesitar muchos recursos para estar feliz. Busco sentirme útil a los demás y que la gente que aprecio esté bien”.

 

Sobre la situación venezolana, afirma indignado: “Pensé que iba a regresar rápido en 3 o 4 años, pero me he dado cuenta de que esto avanza y los que tienen el poder de cambiar las cosas prefieren que siga Maduro porque así tienen dinero.” Algunos vestigios de su país siguen en su memoria: “Extraño las hallacas de mi mamá y a ella, a mi familia, mis hermanos, mis amigos y a mi perrita bóxer”.

 

A Enrique Salazar le generan mucha lástima y tristeza los venezolanos que huyen del régimen de Maduro, porque dice que ellos perdieron su futuro. “Son generaciones jóvenes que vivieron estos 19 años de revolución. Ellos nunca vivieron en una Venezuela buena, por eso no tienen arraigo”, reflexiona. Y, precisamente, cree que ese es el motivo de que busquen hacer patria en Argentina: “Al llegar están llenos de optimismo. Vienen de una situación terrible pero tienen la finalidad de construir país.” Mientras ríe, dice sin abandonar la vehemencia: “A los únicos que no le gusta Argentina es a los argentinos. Es un país rico, con parques, cines, teatros, cultura y posibilidades para desarrollarte en lo que quieras. A todos les pasa como a mí en 2010: llegan y ven que lo único que falta es Adán, Eva, la culebra y la manzana. El paraíso terrenal existe, y se llama Argentina”.

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