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Viajar low cost comienza en Retiro

Una de las opciones más accesibles para llegar al aeropuerto El Palomar es usar el transporte público. Pero hasta 2019, el tren San Martín se encuentra parcialmente deshabilitado. Con esto, el camino más barato es también el más arduo.

Por: Cesira Elizalde.

El 25 de agosto reinaba la combinación del frío con el sol. En la estación de trenes de Retiro, la gente se movía en grupos. Por un lado, los que salían para disfrutar el sábado en la ciudad. Por otro, los que entraban para tomar el próximo tren. Caminaban apurados para llegar a tiempo y consultaban los horarios en la gran pantalla de Retiro.

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Viajar de manera low cost no solo implica el pasaje de avión hasta el destino deseado. También se debe tener en cuenta cómo se llega hasta el aeropuerto. Mientras algunos eligen ir en auto o en algún servicio de transporte, como Tienda León, aquellos que necesitan precios más bajos optan por el transporte público.

 

Quienes iban hacia El Palomar les esperaba un camino muy largo por delante: el tren San Martín es el único que llega hasta este lugar. Si el servicio estaría en sus condiciones, se estima que los viajeros tardarían unos 40 o 50 minutos en llegar. Pero, el 21 de mayo de 2018, luego del derrumbe de un obrador sobre sus vías, varias de sus estaciones quedaron deshabilitadas. El recorrido cambió: hoy para llegar a El Palomar hace falta tomar dos trenes y un colectivo. Este trayecto implica 2 horas de viaje.

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Se notaba que algunos ya sabían el camino. Pero muchos otros pidieron indicaciones en boletería. Otros consultaron a guardias de seguridad; y algunos a otros pasajeros. Cada uno pasó su Sube por el lector y pagó los 7,50 pesos. A las 13, llegó el tren a la estación, bajaron todos los pasajeros y subieron los nuevos. Quince minutos después, las puertas del tren José León Suárez se cerraron. De a poco, fue aumentando la velocidad. Entre la multitud, era fácil identificar a los pasajeros que se dirigían al aeropuerto El Palomar. Sus pequeñas valijas los delataban.

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Luego de siete paradas, las puertas del tren se abrieron en Miguelete, en la ciudad de San Martín. Eran las 14.10. Los que seguían hasta el aeropuerto se bajaron. Lo siguiente fue buscar el colectivo gratuito. Para los primerizos no había mapas ni carteles con indicaciones, así que consultaron con un guardia de chaleco verde, quien les explicó cómo llegar. De camino a la parada, los pasajeros marcaron su tarjeta Sube en la estación para registrar hasta dónde habían ido. De esa manera evitarían pagar más en el próximo transporte.

 

A una cuadra y media, había un pequeño cartel que decía “A estación Sáenz Peña”. Los pasajeros hicieron una fila y esperaron en silencio. Lo único que se oía eran los autos en la General Paz. Por suerte no había ni una nube en el cielo. La angosta y dañada vereda no era un lugar cómodo para esperar.

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 Veinte minutos después, se estacionó un colectivo blanco y todos los pasajeros subieron. Los que tenían valijas se quedaron parados; el resto se sentó. El camino hasta la siguiente estación fue simple y rápido. A las 14.40 llegó a la la estación Sáenz Peña, en Caseros.

 

Allí repitieron todo una vez más: a las 14.50, los pasajeros bajaron del transporte para subirse en otro. La única diferencia fue que en esta línea las ventanillas de los vagones estuvieron abiertas durante todo el trayecto. El viento despeinaba a quienes iban sentados; y el ruido de las vías hacía imposible charlar con el de al lado.

 

Cuando por fin el tren San Martín paró en Palomar, eran las 15. Luego de dos horas de viaje, llegar a destino fue un alivio. A dos cuadras de la estación se encontraba el aeropuerto El Palomar. Los viajeros caminaron hasta allí. Los autos, las motos y el tren combinados formaban un ruido molesto. Y se sentía el olor del combustible de los aviones de Flybondi.

 

Pero una vez en la entrada, un camino rodeado de árboles los condujo hacia el interior. Cesó el alboroto de las cuadras anteriores. Ahora se escuchaba el viento entre las hojas de los árboles y algún “tachero” que alzaba su voz para llamar la atención de los arribados. Las familias se despedían y los niños jugaban en el parque.


Cuando entraron, se encontraron con una sala pequeña. Del lado derecho, una sola fila para check-in y algunos asientos para esperar. Un carrito de Brioche Doree y dos máquinas expendedoras. Del lado izquierdo, una puerta de embarque y otra de arribos. Un pequeño cartel les avisaba que debían realizar el check-in 45 minutos antes de partir. Ahora, solo restaba esperar que el altavoz los llamara para embarcar.

Mapa: Francisco Tay.

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